Confesión Bautista de Fe de New Hampshire de 1833
El 24 de Junio de 1830, la Convención Bautista de New Hampshire llamó a un comité para preparar y presentar a la siguiente sesión anual, una Declaración de Fe y Práctica, junto con un Pacto, para que fuera recibida y consistente con los puntos de vista de ese Estado.
N.W. William, William Taylor y J. Newton Brown fueron nombrados como miembros del Comité para formular esta confesión para las iglesias Bautistas de New Hampshire. El borrador fue analizado por otro comité formado por Baron Stow, John Newton Brown, Jonathan Going and J. Newton Brown para ser renovado el 26 de junio de 1832. En el 15 de enero de 1833 fue aprobada y publicada entre los Bautistas New Hampshire.
Creemos que la Santa Biblia fue escrita por hombres divinamente inspirados, y que es un tesoro perfecto de instrucción celestial (1); que tiene a Dios por autor, por objeto la salvación (2), y por contenido la verdad sin mezcla alguna de error (3), que revela los principios según los cuales Dios nos juzgará(4); siendo por lo mismo, y habiendo de serlo hasta la consumación de los siglos, centro verdadero de la unión cristiana (5), y norma suprema a la cual debe sujetarse todo juicio que se forme de la conducta, las creencias y las opiniones humanas (6).
Creemos que hay un solo Dios viviente y verdadero, infinito, Espíritu inteligente, cuyo nombre es YHWH, el Hacedor y Gobernador Supremo del cielo y de la tierra (1), indeciblemente glorioso en santidad (2); merecedor de toda la honra, confianza y amor (3); que en la unión de la divinidad existe en tres personas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo (4), iguales estos en toda perfección divina (5); y que desempeñan oficios distintos que armonizan en la gran obra de la redención (6).
Creemos que el hombre fue creado en santidad, sujeto a la ley de su Creador (1); pero que, por la transgresión voluntaria, cayó de aquel estado santo y feliz (2); por cuya causa todo el género humano es ahora pecador (3), no por fuerza sino por su voluntad (4); hallándose por naturaleza enteramente desprovisto de la santidad que requiere la ley de Dios, totalmente inclinado a lo malo, y por lo mismo bajo justa condenación a ruina eterna (5), sin defensa ni excusa (6).
Creemos que la salvación de los pecadores es enteramente por gracia (1); en virtud de los oficios mediadores del Hijo de Dios (2); quien por la designación del Padre, libremente tomó sobre sí nuestra naturaleza, pero sin pecado (3); honró la ley divina con su obediencia personal (4); y con su muerte, hizo plena expiación por nuestros pecados (5), resucitando después de entre los muertos; y desde entonces se entronizó en los cielos (6); que reúne en su persona admirable las simpatías más tiernas y las perfecciones divinas, teniendo así todas las cualidades que requiere un Salvador idóneo, compasivo, y omnipotente (7).
Creemos que la justificación es la gran bendición evangélica que Cristo asegura (1) a los que en él tengan fe (2); que esta justificación incluye el perdón del pecado (3), y la promesa de la vida eterna de acuerdo con los principios de la justicia (4); que la imparte exclusivamente mediante la fe en la sangre del Redentor, y no por consideración de ningunas obras de justicia que hagamos (5); imputándonos Dios gratuitamente su justicia perfecta por virtud de esa fe (6); que nos introduce a un estado altamente bienaventurado de paz y favor con Dios, y nos asegura toda bendición necesaria tanto para el tiempo como para la eternidad (7).
Creemos que el evangelio hace gratuitos los beneficios de la salvación para todos (1); que es deber de todos aceptarlos inmediatamente con una fe cordial, arrepentida y obediente (2); que el único obstáculo para la salvación del peor pecador de la tierra es su depravación innata y su rechazo voluntario del evangelio (3); cual rechazo agrava su condenación (4).
Creemos que para ser salvo el pecador debe ser regenerado o nacido de nuevo (1); que la regeneración consiste en dar a la mente una disposición santa (2); que se efectúa por el poder del Espíritu Santo en conexión con la verdad divina en una forma que excede a la comprensión humana (3), a fin de asegurar nuestra obediencia voluntaria al evangelio (4); y que la evidencia adecuada se manifiesta en los frutos santos del arrepentimiento, la fe y la vida nueva (5).
Creemos que el arrepentimiento y la fe son deberes sagrados y gracias inseparables labradas en el alma por el Espíritu regenerador de Dios (1); por cuanto convencidos profundamente de nuestra culpa, de nuestro peligro e impotencia, y a la vez del camino de salvación en Cristo (2), nos volvemos hacia Dios sinceramente contritos, con confesión y suplicando la misericordia (3); a la vez recibiendo de todo corazón al Señor Jesucristo como nuestro profeta, sacerdote y rey, confiando solo en él como el único Salvador, suficiente para todo (4).
Creemos que la elección es el propósito eterno de Dios según el cual EL misericordiosamente regenera, santifica y salva a los pecadores(1); que siendo este propósito consistente con la voluntad humana, abarca todos los medios junto con el fin (2); que sirve de manifestación gloriosísima de la bondad divina soberana, infinitamente gratuita, sabia, santa e inmutable (3); que absolutamente excluye la jactancia y promueve la humildad, el amor, la oración, la alabanza, la confianza en Dios y la imitación activa de su misericordia (4); que estimula al uso de los medios en el nivel más elevado (5); que puede conocerse viendo los efectos en todos los que de veras creen en el evangelio (6); que es el fundamento de la seguridad cristiana (7); y que cerciorarnos de esto en cuanto personalmente nos concierne exige y merece suma diligencia de nuestra parte (8).
Creemos que la santificación es un proceso mediante el cual, de acuerdo con la voluntad de Dios, se nos hace partícipes de su santidad (1); que es una obra progresiva (2); que comienza con la regeneración (3); que se desarrolla en el corazón del creyente mediante la presencia y poder del Espíritu Santo, Sellador y Consolador, en el uso continuo de los medios señalados, sobre todo la Palabra de Dios, la auto-examinación, la abnegación, la vigilancia y la oración (4).
Creemos que solo los que creen verdaderamente permanecerán hasta el fin (1); que su lealtad perseverante a Cristo es la señal ilustre que los distingue de los que hacen profesión superficial (2); que una providencia especial vigila por su bien (3); y que son guardados por el poder de Dios mediante la fe para la salvación (4).
Creemos que la ley de Dios es la norma eterna e invariable de su gobierno moral (1); que es santa, justa, y buena (2); que la inhabilidad que las Escrituras atribuyen a los hombres caídos para cumplir los preceptos de ellas procede enteramente de su amor al pecado (3); que el gran propósito del evangelio y también el gran propósito de los medios de gracia asociados con el establecimiento de la iglesia visible es liberar al hombre de ella y restituirlo mediante un Mediador a la obediencia no fingida de la santa ley (4).
Creemos que una iglesia de Cristo visible se compone de una congregación de creyentes bautizados (1); asociados mediante un pacto en la fe y la comunión del evangelio (2); la cual practica las ordenanzas de Cristo (3); es gobernada por sus leyes (4); y ejerce los dones, derechos y privilegios que a ella otorga la palabra del mismo (5); y cuyos oficiales bíblicos son pastores (de manera intercambiable conocidos como ancianos u obispos) y los diáconos/diaconisas (6); cuyos requisitos, derechos y deberes son definidos en las epístolas a Timoteo y a Tito.
Creemos que el bautismo cristiano es la inmersión en agua del que haya tenido fe en Cristo (1); hecha en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (2); a fin de proclamar, mediante un bello emblema solemne, nuestra fe en el Salvador crucificado, sepultado y resucitado, y también el efecto que esa misma fe ha tenido en nuestra muerte al pecado y resurrección a una vida nueva (3); y que el bautismo es requisito previo a los privilegios de la relación con la iglesia y a la participación en la Santa Cena (4), en la cual los miembros de la iglesia por el uso sagrado del pan y del vino conmemoran juntos el amor de Cristo demostrado en su muerte (5); precedido siempre por una auto-examinación solemne del participante (6).
Creemos que el Día del Señor debe ser un día de reposo cristiano (1); que debe ser consagrado para fines religiosos (2), por medio de dedicarse a la observancia de los medios de gracia, tanto públicos como privados (3); y por medio de prepararse para el descanso que le espera al pueblo de Dios (4).
Creemos que el gobierno civil existe por disposición divina para los intereses y buen orden de la sociedad humana (1); y que debemos orar por los magistrados, honrándolos en conciencia y obedeciéndoles (2); salvo en cosas que sean opuestas a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo (3), quien es el único Señor de la conciencia, y el Príncipe de los reyes y gobernantes políticos de la tierra (4).
Creemos que hay una diferencia radical y de esencia entre los justos y los impíos (1), y que aquellos tales que por medio de la fe son justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y santificados por el Espíritu de nuestro Dios son los justos verdaderos en su estimación (2); mientras que todos los que siguen impenitentes e incrédulos son impíos en su estimación y están bajo maldición (3); y tal distinción dura tanto en la vida como después de la muerte (4).
Creemos que se acerca el fin del mundo (1); que en el día postrero Cristo descenderá del cielo (2), y levantará a los muertos del sepulcro a la retribución final (3); que entonces se hará una separación solemne (4); que los impíos serán sentenciados al castigo eterno, y los justos al gozo eterno (5); y que este juicio fijará para siempre el estado final de los hombres en el cielo o en el infierno, sobre los principios de justicia (6).
Creemos que las Escrituras enseñan que el hombre y la mujer son ambos creados a la imagen de Dios (2), lo cual implica que ambos tienen la misma importancia y el mismo valor esencial dado por Dios. Sin embargo los roles no son los mismos (3), ambos existen para complementarse uno al otro en roles, capacidades y autoridad en las diferentes esferas de la sociedad humana. De esa manera creemos que el hombre tiene el llamado a ser cabeza y líder, ejerciendo un liderazgo amoroso y servicial (4), mientras que la mujer tiene el llamado a ser ayuda idónea para el hombre (5), apoyando gozosamente el liderazgo del hombre por medio de sus dones y capacidades en sumisión piadosa (6).